Detrás de las mascletàs
No ha comenzado la semana de Fallas en Valencia, pero desde el primer día de marzo, en la capital del Turia ya gozamos de las ansiadas mascletàs. Ansiadas sobre todo por el Partido Popular que ya contaba los días para que el estruendoso evento diario eclipsara el no menos ruidoso escándalo producido por las cargas policiales contra estudiantes hace unas semanas o la clamorosa indignación por los recortes en los servicios más básicos. Ahora los responsables intentan tomarse un respiro mientras la ciudadanía mira a otro lado, concretamente al cielo, donde los petardos se evaporan uno tras otro como los millones de las arcas públicas durante años de gobierno popular en la Comunidad Valenciana.
Afortunadamente los valencianos sabemos diferenciar nuestra querida fiesta popular (popular en el buen sentido, por mucho que intente apropiarse de ellas el PP) de nuestro derecho a exigir un servicio político decente. Y como precisamente las fiestas son del pueblo, no hay escenario más idóneo para recordar que la indignación del mismo continúa, que la propia festividad. Fallas sí, protesta también. Una cosa no quita la otra, por mucho que diga la ofendida fallera mayor (ni siquiera me plantéo si esto se escribe con mayúsculas) de turno, que considera inapropiado tener que soportar las manifestaciones de su pueblo durante sus días de reinado y gloria moviéndo la mano como un autómata sobre el balcón del Ayuntamiento.
Para el que no se haya enterado, le pongo al día. Cinco minutos antes de que comience cada mascletà, diariamente, frente al balcón del Ayuntamiento donde se asoma la alcaldesa Rita Barberá, la Ffallera Mmayor y todo un elenco de concejales, familiares y otros enchufados, un grupo de ciudadanos no cesa en sus protestas armados con libros para recordarles lo que no deben olvidar con el sonido de los petardos. Durante la mascletà, silencio. Todos los asistentes, incluso los que aprovechan la aparición de ciertos representantes de la clase política para enviar su discordante mensaje, disfrutan del sonoro espectáculo y del olor a pólvora. Al terminar, ovación a uno de los verdaderos protagonistas de la fiesta: el pirotécnico de turno. Una vez terminada la mascletà, la protesta continúa. Libros y pancartas en alto y el grupo se va haciendo cada vez más grande conforme se hace espacio frente al balcón. «Menos corrupción. Más educación». [#Intifalla]
Yo me pasé por la mascletà del sábado (la del vídeo… a ver si encuentras al canoso) con mi volumen de El Padrino en la mano. Los fines de semana es todo un espectáculo. Diría que es lo más parecido a una posible convención internacional de chonis y canis, que sumado a la fiebre de la «cerveza fría un euro» convierte el escenario en una bomba de relojería. Pero afortunadamente no pasó nada. Todo según el plan. Aplausos para el pirotécnico y gritos contra el balcón. Rita no asistió y a las falleras parece que se les acaba la paciencia. Una chiquilla asomada al balcón nos mandaba callar. Tendría quince años y probablemente sería la hija de algún concejal popular. Nos miraba sonriendo mientras hacía gestos con su brazo atizando invisibles porrazos. Encantadora.
Después de ese día las falleras han publicado un comunicado, ofendidas por recibir insultos de la masa manifestante. No, queridas, no se os ofende. Os sentís ofendidas. En cualquier caso estas princesas del Mediterráneo no gozan de mi particular afecto. No concibo como representante de una fiesta popular a aquella cuyos padres le han comprado a golpe de talonario el cargo. Sí, precisamente ese es uno de los momentos más horteras y ridículos de la festividad valenciana, el momento televisado en el que la alcaldesa llama por teléfono a casa (de los padres) de la futura fallera mayor para comunicarle su elección, o, mejor dicho, para decirle que sus padres han sido los que más han pagado para que goce del privilegio. La verdad, no le veo el mérito, pero seguro que otros muchos valencianos sí. Y lo respeto. Aunque me cago en ello.
De hecho nunca entenderé por qué la fallera mayor saluda a la gente desde el balcón, si no las conoce. Es un rollo medieval que me chirría. El pueblo dejándose el cuello para vitorear a una joven cuyo nombre ni conocen, y se saludan como si fueran vecinos, ¡y ni mucho menos!
Aprovecho para recordar que, además, al terminar las fallas el Ayuntamiento les regala a ella y a la corte de honor (que es como el grupo de amigos pobres) un crucero. Así, por la cara y por el esfuerzo que requiere mantener esa impecable sonrisa durante casi un mes. Y no hablemos de ese mecánico movimiento de mano al saludar.
Queridas falleras, no os quejéis que que un grupo de manifestantes politicen las Fallas, porque hace muchos años y muchos gin tonics desde que las Fallas se politizaron.
Que bote Rita… y se caiga del balcón.
¿Un crucero, dices? Mejor no digo nada… xD
Y en otro orden de cosas, este es el tipo de cosas que me dan lástima de las fiestas. Como dices, una cosa no quita la otra (y si hay injusticias, habrá que hacerlas ver en vez de taparlas). Muy buena tira, la verdad 😉
Normalmente no comento, pero que sepas que suelo estar mucha razón casi siempre que te he leído y nunca se me ha ocurrido ningún comentario ingenioso que pueda aportar nada. No obstante hoy sí tengo uno, aunque sea ortográfico.
En una de las últimas reformas ortográficas, los nombres comunes referidos a personas en particular, van en minúscula. Es decir, si dices Juan Carlos I rey de España. o «el papa» o «la fallera mayor» como dices «la alcadesa». Solo en el caso que digas «Su Excelncia» o algún tratamiento similar no seguido del nombre sería con mayúscula (es decir es «Su Santidad» pero «su santidad el papa Juan XXIII»)
(es decir, lo has escrito bien)
Jejeje, vale 100 veces más un comentario del cual aprender algo que el más ingenioso de todos. Merci! 🙂
Como diría el Dr. Hibert de los Simpson: Mi receta es fuego… y en cantidades.
Tiene usted más razón que un santo.
El Padrino…
😀