Putas sin género

prostitutas violencia de género

 

En octubre de 2013 un militar español fue encarcelado como presunto autor de la muerte de una prostituta marroquí de 22 años en Melilla. (Esto ha sonado como la introducción del Equipo A). El crimen no fue tratado de la misma manera con la que se tratan los casos de violencia de género, lo que alertó a la oposición socialista, que clamó al cielo. [Fuente]
 

Y la verdad, no me pregunten ahora mismo (ni luego) cuál es la diferencia. Si se trata de algo estadístico o si incluye algún tipo de agravio añadido que pueda aumentar la condena del agresor… Lo curioso, y lo que me mantiene en vilo, es que si la víctima es una mujer, y el asesino un hombre, entonces…¿QUÉ COÑO ES LA VIOLENCIA DE GÉNERO?
 

La respuesta del Gobierno, y la argumentación por la cual este caso en concreto no fue clasificado como «violencia de género», se debe a que entre el agresor y la víctima «no existía lazo de afectividad». Vamos, que no se querían. Que no había amor. Que era puta, vaya. Que follaba por dinero y sin sentimientos. Y así lo estipula la propia Ley: «se entiende por violencia de género a los efectos de dicha norma la violencia que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia». [Art. 1 Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género].
 
No importa si durante el acto sexual, al agresor, se le escapa un improvisado «oh sí, eres un ángel», mostrando una esporádica muestra de afectividad, aún sin convivencia. Sólo cuenta el amor de verdad, el de toda la vida, el de las hostias después del «sí, quiero». No importa que la víctima en cuestión esté siendo presa de una manifestación evidente de discriminación, hincando las rodillas sobre el barro, de desigualdad, incapaz de defenderse ante la agresividad de un imponente físico militar, ni tampoco importa que esté siendo sometida a una relación de poder del hombre sobre su figura desde el primer día en el que decidió ejercer la prostitución. No importa si no hay amor. Entonces la víctima deja de ser mujer. Abandona su género. Se convierte en una puta. Un simple y degenerada puta. 
 
¿Y entonces? ¿No es acaso la prostitución, o al menos una parte de ella, un ejemplo de la más salvaje «violencia de género»? ¿De qué sirve una Ley que protege a las mujeres sobre la violencia derivada del dominio sexista del hombre si se excluye uno de los principales problemas del género femenino? No lo llamemos «violencia de género» entonces. Rebauticémosla como la «violencia romántica», la «violencia de los enamorados» o la «violencia acaramelada» y subrayémoslo de rosa fosfi.
 
Gilipolleces. La violencia de género tiene demasiadas formas más allá de un cenicero cruzando el salón del típico hogar español.  Se plasma cada día sobre un contrato laboral, se oculta en el vocabulario al que ya nos hemos acostumbrado, se exhibe con regocijo en los lamentables espectáculos televisivos de máxima audiencia y, sobre todo, acecha entre la maleza de aquellas oscuras rotondas. E ignorarlo, es la más degenerada de las violencias.
 

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